A lo largo de mi vida la relación con la muerte ha ido creciendo conmigo. Desde muy pequeña los procesos de duelo me han ido guiando a profundizar dentro de mí, a ver, tocar, sentir y sanar las propias heridas… Y paso a paso, la vida me ha ido llevando de la mano a acompañar a otras personas a vivir la muerte como una fase de nuestra experiencia en la Tierra. Con cada proceso de muerte voy recordando que morimos todos los días y que ese morir a su vez nos acompaña a renacer todos los días.
A cada instante mueren las células en nuestro interior, así como las creencias e ideas de las que nos habíamos apropiado.
La muerte de un ser nos conecta con la vida y con nuestra propia muerte.
Conectar con nuestra propia muerte es sanador y nos hace más humanos, más cercanos a nuestro corazón y al de los demás.
Acompañar al que muere, a sus seres cercanos , los que siguen en la Tierra y los que ya trazaron el camino de la muerte antes que él, es honrar la vida. Es algo tan preciado que me cuesta ponerle palabras. Poder cicatrizar heridas sistémicas antes de la muerte física es allanar el camino al que se queda y al que se va. Hacerlo durante el proceso de muerte o después de fallecer también es posible, sigue siendo una bendición. Porque todo y tod@s estamos conectad@s.
Dedicarme al acompañamiento canalizado es honrar todo lo que nos cuesta honrar, es a veces un camino solitario y áspero, me imagino que cuando se pule un diamante no todo son suavidades…
En estos días que van falleciendo algun@s seres cercanos, también recuerdo a l@s que se fueron hace un tiempo… y siento compartir que pueden, podéis, podemos, seguir contando conmigo aunque a veces me ponga testaruda y crea que lo que hago no se ve y esas cosas que a veces a mi también se me pasan por la cabeza. Decirles, decirnos, que ser puente, canal, en definitiva que acompañar a morir es un privilegio y que agradezco su acompañamiento aún y cuando no lo veo. Porque al acompañar a morir yo también estoy siendo acompañada.
GRATITUD
