Hace unos días me hice una autofoto que me recordó a una fotografía de cuando era pequeña. Puse las dos juntas y estuve un rato mirándolas.
Una energía empezó a recorrer todo mi cuerpo. Mientras las observaba sentía que era la misma, la misma esencia. «Nada ha cambiado, aunque ha pasado tiempo físico, la esencia permanece intacta», me dije.
Y sentí la pureza, la confianza y la fortaleza de la fragilidad de la presencia.
Brotaban palabras como: “estoy aquí”,“no me voy nunca”, “soy belleza, y siempre ha sido así.”
Comprendí que no necesito creer en mí, ni querer ser mi mejor versión, ni dedicarme a algo que me haga brillar, ni siquiera repetirme lo hermosa que soy.
Tan solo recordarme esencia.
El cuerpo físico es el espejo que nos regresa a la conexión divina a cada instante. Siempre conectado, siempre conexión. Siempre recordando…recordándome esencia.
Y empecé a recordarme de niña en esencia curiosa, en esencia transparente, en esencia sintiente, en esencia regalo…
Inspiré profundo: “me amo”, espiré profundo “amo”.
Inspiré profundo: “me honro “, espiré profundo “honro”.
Inspiré profundo: “gratitud”, espiré profundo “gratitud”.
Solté la tensión acumulada en los músculos y me empecé a sentir ligera.
Mis pensamientos empezaron a volar como mariposas y comprendí que llevaba esperando un abrazo y un te amo que no eran para mí. Que ambos son primero de cada un@ para cada un@. Que no existen abrazos y te amos si no existe ese primero para con un@ mism@, sentido, espontáneo… esencial.
Hoy, al observar de nuevo las dos fotografías unidas, sonrío. Siento la libertad de seguir siendo la misma esencia a cada instante.
Es tiempo de reconectar con la esencia.